Belén Gache

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   Sin pan y sin trabajo, de Ernesto de la Cárcova:
  la década del '90 y la transformación del imaginario social

 

V Congreso Internacional de Semiótica Visual - Semiótica Visual: Teoría y Práctica, Siena, Italia, Junio de 1998

 

 

Siguiendo a Marc Angenot, entendemos aquí por discurso social a todo lo que se dice y escribe, todo lo que se narra y argumenta, todas las formas del trazado textual que tienen lugar en una sociedad determinada, incluyendo por sobre todo, a las reglas discursivas y tópicas que organizan ese trazado. Serán de particular relevancia para este enfoque las condiciones de posibilidad de los enunciados en un sentido foucaultiano, el conjunto de normas que permiten dar cuenta de porqué pueden circulan esos discursos en particular y no otros. La circulación de los mismos en el seno de una sociedad irá construyendo, a su vez, determinados verosímiles sociales y paradigmas temáticos junto con sus tabúes y censuras.
Debemos tener en cuenta que el discurso social nunca es unívoco ni sistemático, sino que debe ser concebido como surgido de "coexistencias más o menos deshilvanadas de elementos dispares" (1), de la unión de elementos siempre forzosamente dispersos de fragmentos de ideologías, diferentes visiones del mundo, posiciones colectivas, valores sociales, razonamientos dóxicos y restos de lo que Angenot y Robin denominarán "memorial", constituido por fragmentos de viejas ideologías que perduran y por antiguos elementos de discursos sociales hegemónicos en otros tiempos.
En este trabajo intentaremos rastrear la particular manera que adquiere el trazado textual en Buenos Aires, en las dos últimas décadas del siglo XIX. Para ello nos detendremos en el análisis de un texto icónico en particular: Sin pan y sin trabajo. La generación a la que pertenece el autor de este cuadro, Ernesto de la Cárcova, estuvo signada por los fenómenos de la inmigración, el progresismo, la industrialización y la urbanización. Este cuadro nos interesa particularmente por que en él se evidencia un momento en el que el discurso social aparece en pleno proceso de transformación. La masiva entrada de obreros europeos a Buenos Aires producía una rápida ruptura de los tradicionales esquemas de la sociedad argentina. Nuestra hipótesis es que este cuadro representa, quizás como ningún otro cuadro del período, el cambio producido en la sociedad argentina.

EL PANORAMA PLÁSTICO EN LA ARGENTINA DE FINES DEL XIX
Desde1880 a 1910 se produce en la Argentina una intensa actividad para fomentar el desarrollo de las artes plásticas, desarrollo inextricablemente unido a los proyectos sociopolíticos sostenidos por parte de los sectores de las élites intelectuales y políticas y que respondían a la voluntad de convertirse en una "nación civilizada". En este período, todas las miradas se dirigían a Europa. Allí los aspirantes a artistas tenían su instrucción y visitaban museos. Sin duda, casi todas esas miradas convergían en Italia. No sólo porque entre los inmigrantes habían venido un buen número de pintores italianos como Manzoni, Murature o Romero, sino porque Italia era, además, el lugar generalmente elegido por los estudiantes para completar su formación. Así es cómo al comienzo de la década del '80 varios jóvenes artistas argentinos se encontraban en Italia: Giudice, Della Valle, Ballerini, De la Cárcova.
Los estudiantes de artes que se formaban en Italia se caracterizaban por traer de regreso una formación ecléctica donde se mezclaban por igual el naturalismo, el neoclasicismo y el romanticismo, todo esto tamizado por la normativa y el tono moralizante de la Academia. A esto debemos añadir la fuerte influencia que Courbet ejercía sobre muchos de estos jóvenes. Las primeras pinturas de Sívori y de la Cárcova, por ejemplo, se conectan directamente con las intenciones sociales de este artista francés. Aunque la constante fue que una vez retornados al país todos ellos abandonaran casi por completo esta temática, un cambio importante quedó, sin embargo, establecido: el de la ampliación temática que desbordaría de ahora en más la producción casi exclusiva del retrato y las escenas costumbristas de las décadas anteriores para abarcar géneros como la pintura histórica, la alegoría, el desnudo y el paisaje.

SIN PAN Y SIN TRABAJO
En 1894, Ernesto de la Cárcova expone en Buenos Aires su cuadro Sin pan y sin trabajo. En la imagen, un obrero mira a través de la ventana de su rancho cómo la policía montada reprime una manifestación obrera. Dentro del rancho, a su lado, su mujer lo observa mientras amamanta a su hijo.
Sin pan y sin trabajo se presenta como un cuadro en el que el sistema de referencialidades adquiere un carácter de lo más complejo. ¿Qué está pasando en el cuadro? ¿Por qué el obrero permanece en el rancho y no está representado junto a sus compañeros de trabajo? ¿A qué se debe su gesto de ira e impotencia? ¿Responde a la represión policial o a su desavenencia respecto de los huelguistas? Además, ¿estamos frente a una familia de trabajadores criollos? ¿Se trata en cambio de inmigrantes?
La cuestión subyacente aquí es, sin duda, la de la representación: entran en juego en esta imagen una serie de conjuntos que, lejos de cerrarse en un sistema estable, presentan por el contrario cada uno de ellos una conflictiva inestabilidad. Así, nos enfrentamos con enrarecidos conjuntos: el nacional (¿se trata de personajes europeos, criollos, mestizos?), el social (¿el obrero comparte el punto de vista de obreros o represores (brazo armado de los patrones), el político (recordemos que es la época en que acaban de hacer su entrada en el país las nuevas corrientes políticas populistas, cuyas ideas en más de una ocasión entraban en pugna entre sí. Este obrero, ¿responde a los socialistas, los anarquistas, o en cambio responde a las ideas de los partidos políticos tradicionales?), el gremial (el sindicato podía ser concebido o no como mediador o no entre el proletariado y los partidos políticos. Esta cuestión motivó igualmente parte de los enfrentamientos políticos). La cuestión se complica al tener en cuenta que muchos extranjeros nunca se nacionalizaban argentinos y se mantenían al margen de la militancia política, permaneciendo inadecuadamente representados en el sistema político formal.
Frente a todos estos conjuntos de confusas identidades y fronteras, hay otro que se perfila, en cambio, como delimitado y estable: la familia, conjunto sobre el cual volveremos más tarde.

¿ARGENTINA O EUROPA?
Sin pan y sin trabajo está construido a partir de un claro lenguaje naturalista que representa un tema urbano y contemporáneo particularmente conflictivo: la miseria de la familia del obrero. Las implicancias políticas del tema elegido saltan a la vista y responden a las inquietudes sociales de esta generación de artistas. Ejemplos paradigmáticos de ello son obras como Le lever de la bonne, de Eduardo Sívori (1887), La sopa de los pobres, de Reinaldo Giudici (realizada en Venecia, en 1884) y, ya a comienzos del siglo XX, las composiciones de Pío Collivadino.
Recordemos aquí que en 1892, un grupo de intelectuales reunidos en torno a Rafael Obligado había fundado El Ateneo, institución que nucleaba a hombres de letras, intelectuales y políticos. Las actividades que tenían lugar en esta institución (conferencias, conciertos, lecturas, debates) estaban signadas en términos tanto estéticos como ideológicos. Entre sus varias actividades, El Ateneo creó y sostuvo un Salón Anual de Arte que nucleaba a artistas argentinos y que funcionó entre 1893 y 1896. Sin pan y sin trabajo fue expuesta por primera vez en el Segundo Salón de Pintura organizado por El Ateneo. El éxito del cuadro fue tan grande que el diario La Nación publicó en su crítica el siguiente comentario: "La atención se circunscribió casi en absoluto a un cuadro, Sin pan y sin trabajo, que desde el primer momento ha obtenido todos los sufragios."
Desde la realización del cuadro hasta la fecha los teóricos han venido deliberando acerca de hasta qué punto este realismo social tenía un correlato en la realidad argentina de la época. Si nos detenemos a investigar comprobaremos que Sin pan y sin trabajo no fue sin embargo pintado en la Argentina sino en Italia, cuando de la Cárcova era alumno de la Academia Albertina de Turín. Esto sirvió de base a muchos críticos para sostener que el cuadro no respondía al medio social porteño. Otros, como Jorge López Anaya, por ejemplo, dirán en cambio que, aunque pintada en Italia, Sin pan y sin trabajo sí respondía a la realidad de un nuevo Buenos Aires, donde se vivían momentos de agitación y se gestaban las primeras organizaciones obreras. En la Argentina de la época se vivían tensiones sociales, políticas y económicas al igual que en Europa y EEUU.
Al respecto, es interesante la cita de un comentario de A. Zul de Prusia (seudónimo del crítico de arte Eugenio Auzón) que desde el diario La Tribuna encontraba al cuadro de de la Cárcova peligroso: "por la filosofía que abarca y que se destaca con tanto vigor cuanto que plantea el problema cuya solución algunos pretenden encontrar por los medios más violentos." Aunque consideraba que en Europa la realización de este cuadro hubiese constituido sin duda una "mala acción", pensaba en cambio que en Buenos Aires este tipo de imagen era inofensiva porque todavía no se habían desatado conflictos sociales de esa naturaleza.(2)

1890
1890 puede considerarse el año en que estalló definitivamente en Argentina la crisis de crecimiento. Para ese entonces, había llegado al país más de un millón de extranjeros. Por Buenos Aires, cuya mitad de la población era europea, circulaba una superposición de discursos en torno a cuestiones como el progreso, la nación, la sociedad industrializada. Estos diferentes discursos no siempre convivían en forma pacífica.
La crisis de crecimiento coincidió, además, con el quiebre del modelo liberal positivista. El país comenzó a afrontar situaciones sociales como la explotación, la miseria y el desempleo, inéditas hasta entonces. Es en este contexto que hicieron su aparición ideas políticas como el socialismo y el anarquismo. Con la inmigración europea habían arribado a la Argentina hombres imbuidos de las nuevas corrientes político-ideológicas de formación populista y con una experiencia de lucha desconocida en un país como el nuestro, semidespoblado. De esta manera se da una suerte de trasplante de los objetivos de los sectores obreros europeos a nuestro país. Fuera socialismo, anarquismo o radicalismo, respondiera a las nociones de pedagogía, reforma, acciones directas y extremas o a la idea de revolución popular, una cosa era cierta: luego de 1890 el elemento del pueblo pasó a ser inalienable de la idea de Nación.
Si bien es cierto que Sin pan y sin trabajo se pintó en Italia, debemos tener igualmente en cuenta la repercusión y el interés que causó al ser expuesto en este particular contexto sociopolítico. Recordemos que bajo la presidencia de Juárez Celman se había producido la primera movilización revolucionaria. Esta primera huelga, junto con un conjunto de violentos episodios (dirigentes obreros que protagonizaban reiterados conflictos con las autoridades, una serie de atentados a nivel mundial que venían conmoviendo a la opinión pública ya desde 1870 y que durarían hasta 1914 y luego las huelgas parciales y generales que comenzaron a tener lugar y que se extenderían entre 1900 y 1910) fueron los que terminaron por dar lugar al dictado de la Ley de Residencia (1903), ley que autorizaba a deportar sin formación de causa a los agitadores extranjeros en cuya propaganda insidiosa se veía la razón única de los desórdenes. El hecho de pertenecer a un sindicato, incluso la misma huelga pasaron a ser, sin más, delitos.

MOVIMIENTOS GREMIALES, SOCIALISMO, ANARQUISMO E INTELECTUALES POPULISTAS
Habíamos hablado de una superposición de discursos que no siempre convivían en forma pacífica. Hacia fines del siglo XIX, por ejemplo, el anarquismo había llegado a su madurez en nuestro país. El Estado oligárquico se vio obligado a reforzar su política represiva y la lucha de clases alcanzó especial violencia en este período. La extensión de algunos conflictos, como habíamos visto, llevaron inclusive a la huelga general en repetidas ocasiones. Pero es curioso observar cómo el naciente movimiento gremial y el anarquismo organizador en la Argentina tuvieron su azote no ya en las mismas corrientes oligárquicas sino en el anarquismo individualista. La historia registra numerosos y violentos episodios entre estas diferentes corrientes populistas. Pero por más diferencias que hubiera entre anarquistas individualistas y organizadores (quienes nucleados en la FORA propulsaban la sistematización del movimiento obrero), ambos se unían contra "las adormideras", o sea, los socialistas.
Si bien al principio, las organizaciones socialistas y anarquistas estaban integradas por una mayoría de obreros extranjeros (en especial alemanes e italianos), las ideas socialistas sedujeron rápidamente a un importante grupo de intelectuales argentinos. De hecho, hacia fines de siglo los principales dirigentes del partido socialista eran argentinos, en la mayoría de los casos de las clases acomodadas, mientras que la corriente rival de inspiración anarquista conservaba dirigentes que eran casi exclusivamente inmigrantes.
Luego de la generación del '80, con los cambios que habían introducido la inmigración y las nuevas ideas sociales, apareció en el país un nuevo tipo de intelectual, que se caracterizaba por poseer un programa social determinado. Dicho intelectual se pretendía legitimado por una corriente de pensamiento ligada a la doctrina realista-naturalista. Su rol era el de observar y enjuiciar aquello que ocurría en la realidad, en especial los conflictos sociales. Así es como poetas y prosistas del período pasaron a compartir una concepción del arte como instrumento del cambio social. Será precisamente alrededor de 1890 cuando David Viñas perciba un desdoblamiento en la intelectualidad porteña: los ingredientes populistas del naturalismo original, cuya fuente era el naturalismo moral tipo Zola, reaparecerán por un lado en los "hombres nuevos" que se acercan al anarquismo y, por otro, en los "patricios" que se desplazan en cambio hacia el socialismo.(3) Viñas ve una relación directa aquí entre aristocraticismo, paternalismo y populismo en hombres como por ejemplo Rafael Obligado, de hecho uno de los fundadores de El Ateneo.
El sujeto transcribe siempre en su discurso las particularidades de su inserción socioeconómica y sociocultural así como la evolución de los valores que marcan su horizonte cultural. Como señala Edmond Cros, existe toda una red de valores sociales y paradigmas éticos agazapada tras los señuelos de la subjetividad. El autor de Sin pan y sin trabajo, Ernesto de la Cárcova, era también un hombre de familia acomodada que había realizado sus estudios en Europa y, de regreso en el país, se había convertido en Director de la Academia Nacional de Bellas Artes y luego en fundador de la Escuela Superior de Bellas Artes que lleva su nombre. Los registros indican que estuvo afiliado al partido socialista.
Mencionamos al pasar las oposiciones que separaban al anarquismo y socialismo. El tema de la huelga, motivo precisamente plasmado en el cuadro, no hizo sino profundizar la ruptura entre ambas posturas políticas. El socialismo, asociado con las ideas de pedagogía y reforma, tomaba distancia frente a las posturas extremas del anarquismo e intentaba preservar al obrero de lo que consideraba "malas influencias".

EL CUADRO:
El cuadro de de la Cárcova plasma el hogar de un obrero. Se trata de un sórdido interior de paredes manchadas de humedad en semipenumbras: una mesa rústica, una silla, un arcón que sirve a su vez de asiento a la mujer del obrero, una cesta de mimbre, un estante con una vajilla mínima constituyen todo el mobiliario. La enfermedad y el hambre marcan el cuerpo de la mujer del obrero, sus pechos flacos y semidesnudos apenas si alcanzan a alimentar al niño en sus brazos. Los registros de la época dan cuenta de la miseria en que vivían los peones de las fábricas: miseria en la alimentación, en la vivienda, en la salud. Esta miseria contrastaba terriblemente con aparente prosperidad y los gastos suntuarios más extravagantes que caracterizarían al gobierno de Roca y luego al de su concuñado Juárez Celman, cuando Buenos Aires, como señala Palacios en su Historia Argentina, "se llenó de carruajes importados y empezó a ser el lugar de atracción para las "cocottes" de Europa que venían a arrojarse en los brazos de los jóvenes y no tan jóvenes ministros y diputados del régimen".

NI PAN, NI TRABAJO
Analicemos por un momento el enunciado que se constituye como título de la obra: Sin pan y sin trabajo. La repetición del …..""sin" reitera la noción de carencia. El obrero está doblemente carenciado: no tiene pan (tiene hambre), no tiene trabajo (no tiene dignidad).
El enunciado "sin pan y sin trabajo no puede dejar de referirnos", además, a la consigna de la Revolución Francesa "Pan y Trabajo", tan mentado a partir del tema de las subsistencias: "No son promesas lo que necesitamos, es pan y de inmediato", repetía Pére Duchesne. Este famoso enunciado tuvo sus variables de acuerdo a los diferentes momentos revolucionarios: "pan y libertad", "pan y trabajo", "pan y armas".

FALTA DE BRAZOS
Si bien su simbología no está determinada unánimemente, Laura Malosetti Costa sostiene que el tema de este cuadro es "la miseria y desesperación de la familia del obrero desocupado".
Es curiosa la relación que se genera entre la noción de desocupación y el enunciado "falta de brazos". Uno de los principales argumentos en pro de la inmigración era el de la "falta de brazos". Recordemos, por ejemplo los razonamientos del primero de los economistas ilustrados rioplatenses, Hipólito Vieytes. (4) La mayor parte de los inmigrantes venían a trabajar en el campo pero se encontraban con que no había tierra para ellos porque estas estaban acaparadas por los criadores de ganado, dado que partir de 1882 el régimen había decidido que convenía mas dar en concesión grandes extensiones de tierra a empresarios. Muy pocos lograban colocación en las colonias agrícolas, por lo que, disipados los sueños de enriquecimiento e independencia, venían inevitablemente a engrosar el proletariado urbano y rural y a suministrar servicio doméstico barato, cuando no quedaban desocupados.
Pero hay otra cuestión. Como vimos, la mayoría de los dirigentes del movimiento obrero que surgía en el país eran extranjeros. Era inevitable que en el imaginario social se formara la ligazón entre agitación popular y presencia inmigratoria. Ya en 1870 oímos por primera vez un argumento que veinte años más tarde será reiterado hasta la saciedad: son los extranjeros los responsables de importar la noción de lucha de clases a un país que la ignora porque no la necesita. Así, frente al optimismo civilizatorio que impregnaba en los comienzos al afán inmigratorio, en la Argentina fueron apareciendo nuevas tomas de posiciones que iban desde una creciente toma de distancia frente al fenómeno hasta la xenofobia sistemática y radical como la de Cambaceres en su novela En la sangre (1887). La cuestión es que los atentados y demás tácticas terroristas anarquistas, las movilizaciones y huelgas, incluso el establecimiento de estados de sitio causaron en la población burguesa de la época la sensación de descontrol, cuando no directamente de pánico.
En el cuadro de de la Cárcova, el obrero no está representado en su lucha. Por el contrario, se encuentra plasmado dentro de su austero hogar junto con su esposa enferma y su hijo de pecho. Se lo presenta en un gesto de ira contenida y de impotencia. Las herramientas, sus armas de trabajo, permanecen apoyadas en la mesa, inertes. Esta imagen de pasividad no podía dejar de producir un efecto de alivio y tranquilidad en el público de un salón de arte.

LA FAMILIA
Habíamos visto cómo entraban en juego en este cuadro una serie de conjuntos que, lejos de cerrarse en un sistema estable, presentan por el contrario cada uno de ellos una conflictiva inestabilidad (el conjunto nacional, el social, el político, el gremial), y que frente a todos estos conjuntos de confusas identidades había otro que se perfilaba, en cambio, como delimitado y estable: el de la familia.
La imagen la familia se vio convertida desde épocas tempranas en un tópico de la historia del arte. Tópico sin duda ligado a la representación de la "Sagrada familia". "Familia" incluye también diferentes simbologías parciales: madre, nutricia, refugio; padre, dador de la ley, fuente del orden social; hijo, esperanzas en el porvenir, todas estas simbologías convocadas aquí por su aspecto negativo.
Pero tópico de la familia (uno de los aparatos ideológicos del Estado, según señala Althusser, unidad de producción o de consumo según se la mire), también fue reiteradamente utilizado en representaciones de tono político, en ilustraciones de revistas y periódicos de izquierda, a menudo contrastando la opulencia de la familia burguesa frente a la miseria de la familia proletaria.

LA VENTANA:
Pasemos a analizar ahora la particular estructura compositiva de este cuadro. Lo que primero salta a la vista del espectador es el lugar central, predominante de la ventana.
El motivo de la ventana también pasó a ser un tópico tradicional en la historia de las artes plásticas occidentales. De hecho, en el Quattrocento, León Battista Alberti dedicaba un famoso pasaje de su libro De Pictura a la definición del cuadro como "ventana abierta sobre el mundo". Es decir, el cuadro mismo era concebido como ventana, como abertura que da acceso al mundo imaginario, a la diégesis figurada en la imagen. La famosa "veduta", es decir, el paisaje que se ve desde un interior, pasó a ser típico de los cuadros flamencos (en especial Van Eyck, Petrus Christus, Van der Weyden). En Italia (recordemos que el cuadro fue pintado en Turín) también se repiten los ejemplos (Mantegna, Antonello dal Mesina, Sebastiano del Piombo).
Más allá de la relación temática entre una particular escena y la escena que se puede observar a través de una ventana representada, cada vez que aparece el motivo ventana podemos hablar de la presencia de un cuadro dentro de otro cuadro. En Sin pan y sin trabajo, la relación temática es explícita dado que el obrero está observando y reaccionando frente a lo que sucede fuera del rancho.
Por empezar, una ventana marca un adentro y un afuera. Afuera están los obreros y los policías (cuya misión es la de cuidad los intereses patronales. De esta manera, el poder patronal aparece implícito y omnisciente en el cuadro). También hay un paisaje de fábricas y chimeneas. Adentro, en un ambiente semipenumbroso, está la familia. Es de señalar la particular manera en que aquí se marca el afuera y el adentro. El afuera es el mundo de la luz, de la lucha. El adentro es el mundo de la penumbra, de la impotencia y de la miseria.
Afuera y adentro también marcan la división entre lo público y lo privado. Aquí hay una influencia directa entre afuera y adentro, lo público influye directamente sobre lo privado. Es interesante que el obrero aparezca representado en el ámbito privado, cuando evidentemente el concepto mismo de "privado" surge en el imaginario burgués. Será este mismo imaginario burgués (en este caso, el de de la Cárcova) el que nos haga a los espectadores violentar, invadir la intimidad del obrero: mientras que el obrero observa por la ventana la lucha de sus compañeros, el espectador se asoma a la ventana-cuadro e irrumpe en el hogar obrero.
Esta composición está basada en un interesante juego de la dirección de las miradas, existe una disposición semiótica de este juego: la mujer mira al hombre (¿demanda?), el hombre mira a los obreros en el exterior (ira, impotencia), el espectador observa desde el fuera de cuadro la escena en su conjunto (¿voyeurismo?, ¿tranquilidad burguesa?). Por su parte, los ojos del niño (¿dormido?, ¿muerto?), permanecen cerrados.

NOTAS
(1) Marc Angenot, Regine Robin, Pensar el discurso social: problemáticas nuevas e incertidumbres actuales, publicación para la circulación interna de la Escuela de Letras, p6
(2) La Tribuna, 12/11/1894
(3) David Viñas, De Sarmiento a Cortázar, Buenos Aires, Sudamericana, p38
(4) Halperín Donghi, El espejo de la historia, Buenos Aires, Sudamericana, p192


BIBLIOGRAFÍA:
Edmond Cros, El sujeto cultural, Sociocrítica y psicoanálisis, Buenos Aires, Corregidor, 1997.
Marc Angenot, Intertextualidad, interdiscursividad, discurso social, publicación de la Universidad Nacional de Rosario, Facultad de Humanidades y Artes, 1998.
Marc Angenot, Régine Robin, Pensar el discurso social: problemáticas nuevas e incertidumbres actuales, publicación para la circulación interna de la "Escuela de Letras".
Nicolás Rosa, Manual de Uso, publicación de la Universidad Nacional de Rosario, Facultad de humanidades y Artes, 1998.
Halperín Donghi, Tulio, El espejo de la historia, Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
Ezequiel Gallo; Roberto Cortés Conde et al., Historia Argentina, Buenos Aires, Paidós, 1998, Tomo III.
Hugo del Campo, Los anarquistas, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1971.
David Viñas, De Sarmiento a Cortázar, Buenos Aires, Siglo XX, 1974.
Laura Malosetti Costa, "Las artes plásticas entre el ochenta y el Centenario" en José Burucúa (ed.), Arte, sociedad y política, Buenos Aires, Sudamericana, 1999.
Jorge Lopez Anaya, "La generación del '80", Buenos Aires, Viscontea, 1978.