Belén Gache

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   La luna, el Halley, el centenario de la Revolución de Mayo, y una  Buenos Aires no tan diferente, después de todo.

 


Luis Chitarroni y la autora

Lunas eléctricas para las noches sin luna

Presentación del libro en el Centro Cultural de España en Buenos Aires, 27 de octubre de 2004



LA LUNA

“Una noche de luna llena, Crisantemo de Jade volvía a su casa cargando agua
en un viejo y pesado cubo de madera. El fondo del cubo se desprendió debido
al peso del agua. Crisantemo de Jade miró el fondo del cubo vacío y exclamó:
¡ya no hay agua en el cubo; ya no hay luna en el agua!”


Así termina Lunas eléctricas para las noches sin luna , novela traspasada por
la idea de, precisamente, noches sin luna. Incluso hay un capítulo que se titula La época en que en el cielo aun no había luna y que cuenta cómo, en la mitología arcadia, un cometa pasó demasiado cerca de la tierra y quedó atrapado por la atracción de la gravedad terrestre, terminando por convertirse en la luna. Por eso es altamente inquietante que en la fecha fijado al azar para esta presentación tenga lugar, precisamente, un eclipse total de luna.*

También es omnipresente en el texto la idea tan extendida en 1910, momento en que transcurre la trama de la novela, de que el Cometa Halley chocaría contra la luna y juntos caerán sobre Buenos Aires. Justamente para mayo de 1910 -el momento en que tendrían lugar los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo- se esperaba el paso del cometa. Una ola de pánico se había extendido por los habitantes del planeta Tierra, produciendo una serie de brotes psicóticos y suicidios. El miedo no era debido únicamente a una posible colisión sino, además, al peligro que podría llegar a acarrear que los supuestos gases tóxicos de la estela del cometa se mezclaran con la atmósfera terrestre. Quien había advertido acerca de estos riesgos era Camille Flammarion, el famoso astrónomo francés que, incluso, había hecho circular un panfleto alusivo denominado La fin du monde .

El motivo de la luna se repite a lo largo del texto en las menciones de De la Tierra a la luna , de Julio Verne, el cine de Mélies, las experiencias de John Herschell (el primero en ver la superficie lunar con un telescopio) o el mapa selenográfico de Beer y Moedler que Ángela conserva en la cabecera de su cama. Por su parte, Ángela, la protagonista, cree ser la reina de la luna, imagina pasajes secretos en los armarios que la llevan hasta el satélite terrestre e inventa que su cabello pelirrojo (vivido como signo de inadecuación y motivo de vergüenza para su madre) es tal debido a la oxidación que produce el oxígeno terrestre en los habitantes lunares.


1910: EL CENTENARIO DE MAYO Y LA VIDA DE ÁNGELA

La novela transcurre en mayo de 1910, momento donde se juntan los festejos por el Centenario de la Revolución de Mayo, con sus visitas de personajes ilustres y sus atentados anarquistas y sus intrigas políticas (representados en el texto por grupos como la Brigada del Ñandú). En el imaginario de la época, se reúnen las utopías futuristas y tecnológicas ( El manifiesto futurista , de 1909, habla, al igual que el título de mi libro, de “lunas eléctricas”) y también las utopías socialistas y libertarias, traídas en mayor medida por los inmigrantes europeos a una Buenos Aires que se presentaba como una tierra de oportunidades y esperanzas.

Sin embargo, nada es allí lo que parece. La vida cotidiana de Ángela, la protagonista, una niña de dieciséis años, está atravesada por una violencia al borde de estallar, por conspiraciones y traiciones. El peligro está presente en las reiteradas manifestaciones anarquistas reprimidas por la policía (recordemos que tan sólo un año antes, el 1 de mayo de 1909, Simon Radowitsky mataba al jefe de policía Ramón Falcón), en las bombas que estallaban en los lugares más inesperados. (Aquí, será el relojero, especialista en mecanismos y en pájaros autómatas, quien se encargue de hacer las bombas).

La novela está escrita en una primera persona, lo que me permite limitar la perspectiva al personaje y relativizar toda posible “verdad” de la narración.

Nunca sabremos si es la frondosa imaginación de Ángela la que inventa los diferentes sucesos (la trama de sospechas y atentados que amenaza con boicotear los grandes festejos programados para el Centenario y que culminaría con el atentado contra la obesa infanta, por ejemplo, o las abstrusas elucubraciones acerca de su propia historia familiar), o si los mismos han sucedido verdaderamente en la realidad de la ficción.

El marco histórico que sirve de contexto a esta novela (una Buenos Aires mágica, utópica, caótica, multirracial, multilingüe) me permite jugar también con el cuestionamiento de toda posible narración histórica como, en última instancia, ficcional. La voz de Ángela me sirve para cuestionar quién cuenta la historia. Una noción tan “inmarcesible” como “ La Verdad Histórica ” es puesta en duda por la voz de una niña a quien prácticamente nadie escucha y a quien, en todo caso, si escucharan, nadie comprendería o nadie creería. Pero la historia del Centenario es también la historia de Ángela porque la historia nunca es una sino múltiples historias cuyo recuerdo, en todo caso, está siempre traspasado por distorsiones y olvidos.


ÁNGELA Y LA MEDIOCRIDAD PORTEÑA

Para el medio en el que se mueve, culturalmente mediocre y opresivo, Ángela es un sapo de otro pozo. Martirio y Crucifixión, su madre y su tía, inmigrantes españolas, son guardianas portadoras de todos los prejuicios y lugares comunes. El comisario Escudero (el marido de su tía y también el comisario a cargo de la seguridad de los festejos, con una insipiente y trivial carrera política proyectada ), es el paradigma de una mente estrecha, ignorante y potencialmente corrupta.

En todo caso, los intelocutores válidos de Ángela son Mme. Colombe -institutriz que, cuando Ángela era niña, alquilaba una pieza en la casa de su madre a cambio de darle a la pequeña lecciones de francés y quien la introduce en la lectura de Julio Verne y además, tangencialmente, en una serie de saberes alternativos ligados a lo esotérico como ser el mesmerismo, la telequinesia o las reencarnaciones- y Gabino Estigarribia -un artista plástico que ha residido en París, para fascinación de la tía y la madre de Ángela y para sospechas (y envidia encubierta) de Escudero. Gabino -tan falto de interlocución como la propia Ángela- ha frecuentado a Picasso y a Max Jacob en el Bateau Lavoir. Ángela se queda horas escuchando los planteos estéticos de vanguardia de Gabino, sus hipótesis acerca de la relatividad y el cuarto estado de la materia, las múltiples dimensiones, los espacios no euclideanos, el arte no mimético. Sus pensamientos estéticos (plasmados en un block de dibujo) aparecen como crípticos, sospechosos y políticamente subversivos, lo cual derivará a la larga en su final trágico.

Además de escuchar a Gabino, la única manera que Ángela encuentra para escapar de su medio mediocre y prejuicioso es mediante la invención de historias. Así es como miente continuamente o escribe: escribe en un cuaderno al que ha llamado El Libro del Fin del Mundo y cuya redacción ha encarado simplemente para demostrar lo estúpidas y pacatas que son las ideas acerca de la literatura y del arte que tiene su tía, quien escribe ella misma sonetos y pinta a la acuarela y que se presenta como una experta cultural.

Ángela pretende escapar de una Buenos Aires que la agobia y para ello miente, escribe o permanece en la luna.

BELÉN GACHE

* el miércoles 27 de Octubre de 2004, tuvo lugar un eclipse total de Luna , que pudo ser observado en toda Latinoamérica .