El enigma en el seno mismo del signo
El afán heurístico ha llevado al ser humano
no solamente a leer los signos sino, así mismo,
a crearlos. Muchos han remarcado la situación
privilegiada que poseen en este sentido los poetas.
Entre ellos, Jorge Luis Borges decía que el poeta,
al articular inversiones de la organización sígnica,
la disociaba del pensar y del saber. Famoso es, en este
sentido, su estudio de las Kennigar o "nominaciones
enigmáticas" de la poesía islandesa.
Hacia el año 100 de nuestra era, los poetas islandeses
se ocupaban de inventar nombres como "pez de la
batalla" para referirse a la espada o "sangre
de los peñascos" para referirse a los ríos.
Estos nombres, decía Borges, poseen la capacidad
de extrañarnos del mundo. Los procedimientos
de los poetas tienen esta virtud: rescatan a los signos
de su significación referencial, los desplazan
devolviéndoles su poder creativo originario.
Esto es exactamente lo que hace Jorge Macchi con sus
imágenes: opaca los signos, desordena y desplaza
los significados. En sus dibujos, por ejemplo, encontramos
una serie de couplages visuales, diseñados a
partir de afinidades y contrastes semánticos
o visuales, como en el caso de la serie de las sierras
(abeto-sierra, hoja-sierra, sierra-colchón, sierra-tronco
de árbol) o la serie de las cabezas (cabeza-rueda,
cabeza-globo, cabeza-fuego). Sus imágenes se
constituyen como lugar privilegiado en donde el sentido
se construye y deconstruye; donde el significado unívoco
se enrarece y desdibuja.
Interrogando al signo, Macchi critica el sentido transparente
o idéntico que une a este con su objeto. Su interrogación
avalará, por ejemplo, vanos intentos de clasificar
y ordenar que darán lugar a formas de órdenes
aberrantes o, para usar un término foucaultiano,
a "monstruosidades discursivas". Así,
su obra se puebla de simetrías y de duplicaciones
bizarras (Vidas paralelas (en sus dos versiones), Recuerdo
de una noche que pasé tratando de olvidarte,
etc.), donde podemos ver conjuntos de fósforos
cuyo azaroso orden se repite inexplicable, cajas de
cartón que repiten imperfecciones, rupturas de
vidrios que se multiplican idénticas; o curiosas
asimetrías en donde las sombras se independizan
de sus objetos (como en la serie de las mesas), se convierten
en las sombras de otros objetos y, hasta en ocasiones,
adquieren estatuto de objetos por sí mismas.
Las "monstruosidades discursivas" se extienden
de las simetrías y asimetrías a las prácticas
cartográficas. Así, en Déluge o
en 32 Morceaux d'eau, vemos mapas de París (del
río Sena, del metro) en donde la orientación
cartográfica deviene en cambio una zona de incertidumbre
semántica. En 32 Morceaux d'eau, Macchi intenta
cartografiar no ya el recipiente sino el contenido del
mismo. En un vano intento de ponerle forma a lo informe,
se encarga de presentar los treinta y dos fragmentos
del río Sena delimitados por sus respectivos
puentes convirtiendo a dichos fragmentos en "pedazos
de agua". En Déluge, por su parte, los nombres
de las estaciones del metro de París quedarán
en blanco mientras que el Sena, se convertirá
en un río conformado por la unión de los
típicos carteles azules con letras blancas.
Es interesante la manera en que Macchi elige sus imágenes.
Se trata en este caso de imágenes del devenir
(el río, el metro de París, el mapa),
en donde el devenir, en tanto signo, se asocia al mismo
trabajo de desestructuración y desvío
del sentido realizado por la particular retórica
del artista.
El carácter de jeroglífico de
todos los seres del mundo
Retomemos la pregunta que planteábamos en un
principio: ¿lo dado es un texto? Borges, cuya
obra especula acerca de las diferentes posibilidades
que esta pregunta instaura, insistirá en “El
espejo de los enigmas” sobre el carácter
de jeroglífico que poseen todos los seres del
mundo. Cada uno de ellos es como un espejo en el cual
se refleja el mensaje divino; cada uno de ellos -de
nosotros-, una superficie donde eventualmente se podría
realizar un desciframiento, se podría leer ese
mensaje.
La crítica a la relación signo-objeto
en tanto principio de identidad (A=A) se extenderá
en Jorge Macchi, minando toda posible certeza, hasta
llegar a la misma noción de identidad del ser
humano.
Esto se pone en evidencia en obras como Big Bang. Este
"autorretrato" de Jorge Macchi está
colocado dentro de un marco oval en una cita de las
maneras de representación canónicas de
la reminiscencia (antiguas fotografías de nuestros
ancestros, mitos de origen), pero se constituye en cambio,
en una particular forma de autorretrato que se nos presenta
en su crudeza indiciaria más directa: la huella
de la pisada del artista, el sello del paso de su cuerpo
por sobre la tela. Notemos además, que mediante
un particular tratamiento, esta huella está impresa
en expansión, de allí el título
de la obra que nos remite tanto a las teorías
científicas que refieren a un mito de origen
como a la deconstrucción paulatina de la identidad
del sujeto.
La temática se repetirá en obras como
las instalaciones en el taller del artista, realizadas
en 1995, que implican espejos recubiertos con bolsas
de PVC (en donde la superficie refractante, en lugar
de devolver la imagen del artista, sólo consigue
dar cuenta de su propia transparencia o vacío);
o en Oval, Dos adioses, Monoblock, obras que incorporan
obituarios tomados de los diarios en donde la muerte
de cada individuo queda sin palabras, presentándose
en cambio como lugar vacío en una determinada
estructura taxonómica.
El no-sentido invadido. De las huellas a la
narratividad
Pero descifrar los signos implica encontrar el nexo
que los une; implica encontrar las relaciones entre
las partes: la parte y el todo, el efecto y la causa.
La cuestión es ¿cómo leer en las
cosas mudas -huellas, astros, vuelo de pájaros-
una serie coherente de acontecimientos?
Carlo Ginzburg menciona en su libro Mitos, emblemas
e indicios, que la invención de la escritura
le había sido atribuida a un alto funcionario
chino que había observado las huellas dejadas
por un ave sobre la arena de una playa. Allí,
este funcionario habría concebido el pictograma.
En relación con la huella, el pictograma constituye
ya un paso adelante en la abstracción intelectual.
Ginzburg arriesga que la idea misma de narración
podría haber nacido por primera vez en una sociedad
de cazadores, de la experiencia del desciframiento de
los rastros de las presas. El cazador habría
sido el primero en “contar una historia”.
Él se hallaba en condiciones de leer, en los
rastros mudos dejados por la presa -huellas en el barro,
ramas quebradas, concentraciones de pelos-, una serie
coherente de acontecimientos. Estos acontecimientos
serían por él dispuestos de manera de
dar lugar a una secuencia narrativa.
Hacia fines del siglo XIX, Charles Sanders Peirce concebía
al universo como un gran argumento al cual el hombre
accedía a partir de diferentes estrategias inferenciales.
El hombre es ante todo, para Peirce, un homo narrans.
Narrar consiste precisamente en dar una significación.
Se trata de una estructura de significación humana
que, de forma análoga a la lectura, repone nexos
y ordena los signos.
Peirce decía también que el proceso de
semiosis actúa como una fuerza necesaria en el
control y organización de la energía material
de un universo. Entender es el acto de dar un sentido
y una ley. Es por esto que asociaba el intento natural
del hombre por encontrar un sentido, una narratividad
coherente a partir de la interpretación de una
serie de claves y pistas determinadas, con el trabajo
del detective.
Pero, ¿cuál es, por otra parte, el propósito
del detective sino el de hallar a un culpable? El detective
se dedica a rastrear las pistas que lo lleven a capturar
al sentido de la misma manera que lo llevan a señalar
y capturar al culpable. Asociamos inmediatamente este
procedimiento tanto con la persecución como con
la delación. No en vano, se suelen mencionar
a los cazadores como siendo los primeros en poder leer
los rastros de los animales y contar así una
historia. La lectura tiene como uno de sus posibles
principales orígenes la voluntad de atrapar una
presa.
El detective, por medio de la lectura de los signos,
intenta apropiarse del sentido del otro, intenta convertir
al otro en un objeto legible, intenta despojar al otro
de su secreto. El otro se ve reducido así a su
propia lectura. El detective observa, vigila, junta
pruebas incriminatorias. Luego, mediante su testimonio,
denuncia, delata. Invade el todavía-no-sentido-
del observado y lo pone en palabras.
El destino como principal sospechoso
En Accidente en Rotterdam, una cruz de sombra se proyecta
sobre el piso del taller del artista en dicha ciudad.
Se trata de la sombra del marco de la ventana cuyo dibujo
se desplaza por la habitación a medida que la
tarde avanza. Aun este dibujo formará también
parte del lenguaje secreto del universo. El punto de
sombra determinado por el cruce de los dos ejes en la
ventana nunca es el mismo dos veces. Siempre ocupa un
espacio-tiempo diferente, si bien cíclico, determinado
por la trayectoria solar. En esa cruz de caminos, dos
pequeños automóviles se encuentran por
azar, por accidente, ajenos a la ancestral rutina de
los astros.
El recorrido ciego, rutinario, milenario del sol establece
a su paso efímeros caminos de sombra, construyendo
trayectos intangibles, entramados donde ciertos destinos
se irán constituyendo como tales. El sol avanza
implacable, ajeno por completo a los vehículos
y, sin embargo, determina a su paso estos caminos, cuya
sola razón de ser pareciera ser la de que esos
vehículos se encuentren. Los vehículos
avanzan desprevenidos, ajenos a lo que va a suceder
más adelante; atraviesan caminos que, ignoran,
han sido prefijados de antemano, de la misma manera
que quien transita por una inscripción a una
escala tan gigante que le es imposible tomar distancia
suficiente como para poder leerla.
Tradicionalmente, las encrucijadas de caminos se constituyeron
como lugares sagrados. Edipo, por ejemplo, llegó
a una encrucijada e, ignorante de su pasado, dio allí
muerte a su padre. Edipo cumplía así con
su destino, anunciado de antemano por oráculos
que pretendieron ingenuamente ser burlados. De un lado
y del otro del camino, un umbral donde nunca más
se volverá a ser el mismo: de viajante a parricida,
de vidente a ciego, de rey a mendigo. Los vehículos
se encuentran en el cruce de caminos y ese encuentro
condicionará sus existencias para siempre determinando
un antes y un después irreversible.
En Accidente en Rotterdam, el hombre, que pretende ser
el conductor del vehículo, es en realidad el
conducido. El automóvil, como el destino, conduce
al hombre por caminos indescifrables.
Notemos los elementos presentes: azarosas sombras, fatales
cruces de caminos, accidente, irreversibilidad. Las
temáticas recuren en la obra de Macchi: el enigma,
la imposible interpretación del enigma, la fatalidad,
el crimen.
Un crimen en donde el sospechoso principal pareciera
ser, en todos los casos, el propio destino.
La vida, la muerte y sus caprichosos motivos
Formadas a partir de los renglones extraídos
de las notas de la sección policial del diario,
los pentagramas de Música incidental nos transmiten
sonidos determinados por la existencia y la particular
disposición de esas noticias.
A partir de ellas, el músico armará su
propio código de interpretación según
las siguientes consignas:
1- interpreta un texto que no está concebido
para ser interpretado musicalmente dado que la partitura
está confeccionada a partir de codificaciones
lingüísticas.
2- interpreta un texto informativo que, ya en sí
mismo, constituye una interpretación, por parte
del cronista del diario, de un suceso real.
Los sucesos (incidentes, accidentes, crímenes)
darán lugar aquí a una particular texto
sonoro.
En Charco de sangre, las notas policiales ahora se
despliegan en líneas que se separan y se juntan
en un punto: el grupo significante "charco de sangre".
Todas ellas, diferentes historias trágicas, comparten,
en la retórica del diario amarillo, su "charco
de sangre". De nuevo, lugares de cruce de destinos,
lugares espacio-temporales a partir de los cuales el
universo de los implicados en los incidentes nunca más
volverá a ser el mismo.
Los sucesos extraídos de las crónicas
policiales diarias y registrados en Música Incidental
como en Charco de sangre, van creando en las obras de
Macchi particulares tramas confeccionadas a partir de
los invisibles hilos que construyen los destinos implicados.
TWG100, el papel del testigo
Otro escritor argentino, Julio Cortázar, nos
hablará en su cuento La Autopista del sur de
aquel camino en el que, por motivos sobre los cuales
todos especulaban pero que nadie podía realmente
llegar a conocer, se había producido una configuración
espacio-temporal particular que había dado lugar
a un cruce de destinos en una autopista bloqueada. En
ella, los vehículos se cruzaban al azar. Surgían
relaciones entre ellos. Sus ocupantes se enamoraban,
se embarazaban, se morían. Luego los automóviles
avanzaban, la configuración se rompía,
las relaciones se perdían para siempre, como
las formas dadas por azar en un caleidoscopio y que,
cuando apenas el caleidoscopio gira levemente, se desarman.
Cortázar introducirá un signo familiar
para Jorge Macchi: el automóvil.
En TWG100, en el interior de un automóvil, una
alterada pareja discute. El público asiste a
la discusión. Unos altoparlantes en el techo
del vehículo amplifican su "secreto":
aparentemente, acaban de arrollar a alguien con el auto.
Al igual que en Accidente en Rotterdam, el hombre, que
pretende ser el conductor del vehículo, es en
realidad el conducido y el automóvil, como el
destino, conduce al hombre por caminos indescifrables.
Solo que aquí, ese "algo" que está
por suceder ya ha sucedido. A diferencia de Música
incidental o Charco de sangre, por otra parte, no serán
aquí terceros (el cronista del diario amarillo,
el intérprete musical) sino los mismos protagonistas
los que intenten en vano interpretar lo que ha pasado:
¿qué fue, en realidad, lo que pasó?
"él se tiró…no fue tu culpa.
Estaba muerto, ¿no?" se preguntarán
tratando en vano de ponerle palabras al suceso.
La terceridad, sin embargo, se hace presente también
en este caso a partir de dos nociones que aparecen juntas:
-la necesidad de confesión (confesión,
que junto con el examen se constituía como uno
de los principales principios de visibilidad moderna).
-el secreto:"Nadie nos vio, ¿no?" (secreto
que funciona, en este caso, como el secreto del rey
Midas, dado que se trata, a partir de la utilización
de los altoparlantes, en un secreto a voces).
La necesidad de confesión y el secreto a voces
darán lugar a otra noción capital de la
terceridad: la del testigo. Nosotros, en tanto público,
somos aquellos terceros destinatarios de un secreto
que "supuestamente" no deberíamos estar
escuchando.
Otra vez una confluencia fatal del espacio-tiempo. El
lugar equivocado, el momento equivocado. El funcionamiento
normal de las cosas se ha visto alterado. Las máquinas
(el auto, la radio, el teléfono, el reloj) metaforizan
esta alteración. Las cosas que no funcionan como
deben se hacen eco de las palabras de los actores: "ese
tipo no debía haber estado ahí".
También se hacen eco de las siguientes palabras
que permanecen, en cambio, implícitas: "nadie
tendría que estar escuchándonos".
El intérprete bajo amenaza
La serie de fotografías que componen Víctima
serial, capturadas en diferentes escenarios urbanos,
forman una frase: "Te llegó la hora".
En obras como Charco de sangre, Música incidental
o los diferentes obituarios, Macchi se había
valido de recortes extractados de la prensa diaria.
En estas realizaciones, se apropiaba de un "accionar
criminal" delineado según la retórica
del género policial cinematográfico: al
recortar los diarios, repite el gesto del criminal que
recorta y forma, a partir de los diferentes recortes
de letras, un collage con un mensaje para su víctima.
En Víctima serial, este procedimiento aparece
referido mediante la fotografía: es la cámara
la que capturará, a partir de diferentes carteles
en la vía pública, tipografías
que forman la frase con la amenaza. Desde los lugares
más insospechados, rodeándonos en las
calles de la ciudad, pero también desde los mismos
signos, nos enfrentamos con la amenaza mortal que parece
radicar en el seno mismo del lenguaje.
En “Sobre un llamado a la puerta en Macbeth”,
artículo publicado en The London Magazine en
octubre de 1823, Thomas De Quincey reflexiona acerca
del perturbador efecto que siempre le había producido
los golpes a la puerta de palacio, poco después
de que Macbeth asesinara al rey Duncan: "el llamado
de los golpes serían los encargados de cerrar
el paréntesis de ese momento oscuro gobernado
por el caos de la incertidumbre.” Los golpes a
la puerta del portero del palacio devuelven a la vida
cotidiana ese momento de transgresión que detiene
el tiempo; marcan el contraste entre el orden de lo
rutinario y el horror del crimen no articulado ni verbalizable.
Los golpes intentan enmendar esa falta de articulación
y se interrogan: ¿qué ha pasado?
Roland Barthes, en su “Estructura del suceso”,
diferencia a la noticia del suceso. A diferencia de
una noticia, perteneciente al horizonte de lo previsible,
lo nombrado y conocido, el suceso pertenece al terreno
de lo monstruoso: no remite a nada fuera de sí
mismo ni hay nada implícito en él; es
su propia inmanencia lo que lo define. El suceso es
aquello innombrado e incalificable, el hecho excepcional
que suele clasificarse bajo el epígrafe de “Varia”,
como el ornitorrinco, que tantos dolores de cabeza dio
a Linneo.
Y para Barthes el asesinato es un paradigma de suceso.
Todas las relaciones inmanentes al suceso pueden reducirse
a dos tipos: causalidad y coincidencia. No hay suceso
sin asombro y el asombro implica siempre una perturbación.¿Cuáles
serán las perturbaciones de causalidad en las
que se articule el suceso? Con respecto al asesinato,
la perturbación será la del tiempo fascinante
e insoportable que separa el hecho de la causa -tiempo
que el relato policial aprovecha en su trama y que se
objetiva en la figura del detective, cuyo trabajo consiste
en “descifrar el enigma”, en rellenar al
revés ese tiempo que va del hecho a la causa
para que cese el terrible porqué, lleno de frustración
y desasociego. Causalidad y coincidencia serán
los dos movimientos en los que se constituye el suceso:
ambos terminarán por recubrir una zona ambigua
en la que el hecho es vivido como un signo en el que
puede que estemos en un mundo de la significación,
pero sin embargo, estamos muy lejos de hallarnos en
un mundo del sentido.
En Macbeth también, en todo caso, se repetirán
nuestros temas: el crimen, el destino escrito de antemano.
Destinos cifrados
¿Causalidad o coincidencia? ¿Azar o determinación?
¿orden o caos? Las posibilidades se multiplican.
Mientras tanto, el hombre sigue intentando en vano descifrar
los signos que lo rodean.
En su Poema del cuarto elemento (el agua), Borges reflexionaba
acerca del devenir heraclitiano. Este devenir se registra
tanto en el destino incierto y cambiante de los hombres
como en el constante desplazamiento de un sentido de
los signos que siempre se nos escapa. Similares conjeturas
realizaba Gastón Bachelard, para quien el agua
ya no representa solamente "el vano destino de
las imágenes huidizas, el vano destino de un
sueño que no se consuma, sino un destino esencial
que sin cesar transforma la sustancia del ser".
Como en la obra de Jorge Macchi, Déluge, en donde
el devenir cotidiano de los pasajeros del metro parisino
queda de golpe trastocado: en donde debieran estar los
nombres de sus estaciones, sus lugares de partida y
de llegada, sus hitos cartográficos, sus "stanzas"
del sentido, ellos se encuentran con signos vacíos.
En cambio, dichos nombres se les aparecen convertidos
en un río que atraviesa la ciudad, un río
que fluye, ahora conformado por palabras.
Bibliografía:
Jorge Luis Borges, Obras Completas, Buenos Aires, Emecé,
1974
Julio Cortázar, El perseguidor y otros cuentos,
Buenos Aires, Sudamericana, Buenos Aires, 1972
Charles Sanders Peirce, Collected Papers, Cambridge,
Harvard University Press, 1931
Carlo Ginzburg, Mitos, emblemas e indicios, Barcelona,
Gedisa, 1989
Roland Barthes, Ensayos críticos, Barcelona,
SeixBarral, 1977
Gastón Bachelard, El agua y los sueños,
México, Fondo de Cultura Económica, 1993
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