Belén Gache

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  El libro del fin del mundo

El libro del fin del mundo
Poesía, hipertextos. Libro y CDROM
Fin del mundo Ediciones
2002

 

 

En el siglo XVII, Leibniz propuso crear una enciclopedia que reuniera todos los campos del conocimiento humano. Ésto lo llevó a interesarse por los trabajos de Raimundo Llull, Athanasius Kircher o John Dee y adelantarse en varios siglos a las ideas de Vannevar Bush o Ted Nelson.
El libro del fin del mundo se constituye igualmente como una enciclopedia sólo que en este caso se trata de un corpus inacabado y abierto, proporcionando un cuestionamiento acerca del espacio de identidades y diferencias según las cuales distribuimos, reconocemos y nombramos nuestro mundo.
Con reminiscencias de Aloysius Bertrand, Marcel Schwob o los bestiarios medievales, El libro del fin del mundo plantea la creación de diferentes mundos posibles, universos autónomos, cada uno con su propio orden, leyes y regularidades.
La inclusión de trabajos hipertextuales y el vínculo con el sitio del libro en Internet enfatizan las nociones de no linealidad y bifurcación implícitas en la concepción de la obra.

Presentación de El libro del Fin del Mundo en el Museo Tamayo
Ciudad de México, 5 de marzo de 2003
Con el objetivo de presentar proyectos relacionados con los nuevos medios en voz de sus autores, el Cyberlounge del Museo Tamayo Arte Contemporáneo abrió Inmerso foro proyectos, que inició sus actividades con la presentación de El libro del fin del mundo.
El ciclo está coordinado por el artista mexicano Arcangel Constantini.
Más información en el sitio del Museo Tamayo...


Texto para la presentación del libro en el Centro Cultural España Córdoba, Mayo de 2003
Por Federico Falco
 

"El libro del fin del mundo" de Belén Gache, es un libro, primero, pero es mucho más que eso. Como mínimo, es un libro traicionero... un libro con vuelta, o mejor,  un libro sin vuelta atrás. De alguna manera el libro funciona como una enciclopedia: un conjunto de entradas y conceptos organizados taxonómicamente en seis grandes grupos, y sin embargo, también, es la idea misma de "enciclopedia" lo que el libro explota desde dentro, destruye desde su seno mismo... expande.

En un juego de abismo, una de las entradas del "Libro del Fin del Mundo" corresponde al artículo "El libro del fin del mundo"... metatextualmente la misma obra se define contando una pequeña historia: la de un emperador que manda  construir una gran muralla alrededor de su vasto y variado imperio y decreta que "en adelante el mundo sería solamente el territorio contenido dentro de esa muralla". Después, inventa una nueva lengua, una nueva manera de llamar las cosas de  ese mundo y la impone. Las más de doscientas lenguas y ciento ochenta alfabetos que convivían en sus dominios son  censurados. Finalmente, quema todos los libros del reino y dedica el resto de su vida a escribir uno sólo, único, y nuevo: El libro de la Verdad, "donde consignó el verdadero nombre de todas las cosas".

Años después, cuando el emperador murió, su sucesor "consideró las reformas del emperador anterior como un sacrilegio: una única lengua y un único libro eran, sin duda, inadecuados para nombrar toda la variedad de cosas que había en el imperio. Dedicó entonces largos años a recorrer monótonas llanuras y empinados valles, desoladas playas e inhóspitos desiertos. Incluso llegó hasta los mismos confines del mundo buscando libros que hubiesen escapado a la hoguera. Con los escasos fragmentos sueltos que encontró, fue formando poco a poco el Libro del Fin del Mundo."

Es así como el "Libro del Fin del Mundo" recoge los fragmentos, recontruye un mundo desde su fin, desde sus desechos, o desde sus salvaciones, pero también, como todo listado enciclopédico, el libro construye un mundo nuevo, un mundo propio: aquel contenido, definido entre las dos tapas del volumen.

Y es aquí donde  Belén centra el núcleo de la obra: en la tensión máxima, que podría parecer contradictoria pero no, entre esas dos ideas. La de un libro que  construye un mundo y la de un autor que  de-construye  un libro.

Porque, anotado en papel, e inscripto en tinta, el objeto libro se expande más allá de las durezas de tapa y contratapa, para buscar nuevos formatos, nuevos lenguajes, y nuevas maneras de construir y definir el mundo; que  es un mundo infinito, cambiante, y por lo tanto, también exige un libro siempre inconcluso, creciente, centrípeto.

Formalmente, el libro escapa del papel para remitir primero a un CD rom, portado en la solapa, y después, a Internet. El medio digital brinda otros soportes a los conceptos y a las definiciones requeridas para este nuevo mundo y organiza, cita y recita los restos encontrados por el emperador aquel. Sin embargo, el salto entre un formato y otro no es abrupto, la amplitud de géneros, que va desde la fábula hasta la poesía visual, incorpora estas nuevas entradas luminosas y compuestas por bits de información como componentes naturales de una enciclopedia eterna.

Hipertextual en el sentido electrónicamente usual del término, "El libro del fin del mundo" lo es también en su noción de la apropiación, de la cita, de la compilación. Así, por ejemplo, en la entrada correspondiente a "El lenguaje de los pájaros"  voces mecánicas, sintetizadas, construyen y re-citan, en el doble sentido de la palabra, aquellos poemas encontrados en el mundo existente (o sobre viviente) para definir esos objetos extraños que son, en este caso, los pájaros. Pájaros reales, que generaron los versos de Baudelaire, Darío o  Poe, son recitados por pájaros eléctricos, por imágenes de pájaros, como en un museo de los restos de un mundo desaparecido, como en una arqueología, justamente, de un mundo ya finalizado.

Para terminar, una última idea. Esta enciclopedia en expansión  constante, esta expansión del libro como objeto, deja inferir, de tanto en tanto, el nombre de ese imperio finalizado y reconstruido. Lo llama "Belenlandia", como si correspondiera a un mundo propio, a un mundo único generado solamente  por el recorte que produce la mirada de la autora. Una mirada tal vez, tan descentrada y excéntrica como la de los personajes de sus dos primeras novelas, "Luna India" y "Divina Anarquía". No creo, sin embargo, que sea así. Hay un salto ontológico entre los mundos creados, los mundos de ficción y este, retratado aquí. Los mundos de ficción copian miméticamente, este mundo del "fin del mundo", en cambio, se vale del poder instaurador de la palabra, del valor de verdad de la imagen,  y del enraizamiento en las redes virtuales de información para  difuminar las fronteras entre  obra y modelo, entre representación y realidad.

Se constituye, en fin, no como un mundo paralelo o posible, sino como el mundo que se reconstruye sabiendo leer las entre líneas de los significantes que construyen nuestro propio mundo.