En "Manuscrito
hallado en un bolsillo", el narrador se desplaza
por la red del subterráneo de París. Allí entra en contacto
con mujeres, o más bien, con reflejos de mujeres, con
huellas de mujeres que se pierden en los vagones, por
los corredores. El narrador no puede evitar seguirlas,
no puede evitar "poner en juego" una y otra
vez un ritual de desencuentro.
El juego
Tenemos el escenario:
el subterráneo de París. Una topología urbana subterránea.
El tablero de este juego será, esta cartografía con
su "esqueleto mondrianesco, en sus ramas rojas,
azules, amarillas y negras, una vasta pero limitada
superficie de subtendidos seudópodos."
Cada recorrido constituye
una movida del juego:
"cada estación
de metro era una trama diferente del futuro porque así
lo había decidido el juego".
El cuento empieza
de la siguiente manera:
"Ahora que
lo escribo, para otros esto podría haber sido la ruleta
o el hipódromo…".
Sin embargo, esta
es otra clase de juego. Más adelante, el protagonista
describirá sus particulares reglas:
"mi regla era
maniáticamente simple. Si me gustaba una mujer, si me
gustaba una mujer sentada frente a mí, si me gustaba
una mujer sentada frente a mí junto a la ventanilla,
si su reflejo en la ventanilla cruzaba la mirada con
mi reflejo en la ventanilla, si mi sonrisa en el reflejo
de la ventanilla turbaba o complacía o repelía el reflejo
de la mujer en la ventanilla, entonces había juego.(…)
La regla de juego era esa, una sonrisa en el cristal
de la ventanilla y el derecho de seguir a una mujer
y esperar desesperadamente que su combinación coincidiera
con la decidida por mí antes de cada viaje. Entonces,
el derecho de acercarme y decir la primer palabra."
Como vemos, se trata
de un juego basado en la búsqueda de convergencias.
Pero, ¿qué es lo que verdaderamente está aquí en juego?
Reflexionando acerca
del modo de ser del juego, Hans George Gadamer llega
a tres conclusiones básicas (Gadamer, 1984):
Primero: Para que haya juego tiene que haber un otro.
Si bien no hace falta que haya otro jugador real, siempre es necesario
un otro que funcione como contrainiciativa. ¿Quién es
en este caso el otro? ¿Margrit, Ana, Paula, Marie-Claude?
Como veremos ellas constituyen meras casillas vacías
en esta estructura.
Además, ¿Margrit reflejo o Ana corpórea? El narrador se encarga de
ponerles dos nombres diferentes a las mujeres: uno para
el reflejo, otro para la mujer reflejada.
"No es verdad
que el nombre de Margrit o de Ana viniera después o
que sea ahora una manera de diferenciarlas en la escritura,
cosas así se daban instantáneamente por el juego."
Los nombres Margrit,
Ana, Paula, Ofelia, al igual que los nombres de las
estaciones del subte, constituye cada uno una potencial
trama diferente de futuro.
Como veremos, el
entrar en juego se relaciona aquí con la dimensión reflejo.
Segundo:
Siempre se juega a algo.
El
jugador delimita su comportamiento frente a otras formas
de comportamiento, demarca su campo de juego, se impone
las tareas y objetivos propios del mismo.
El
narrador se refiere explícitamente a las reglas que
ha establecido para su juego. Estas son por completo
inalterables, aun a costa de su verdadero sufrimiento.
Por algún motivo, el juego ya no parece solamente un
juego.
Otro
cuento de Cortázar, "Cuello de gatito negro",
transcurre también en el subterráneo de París. Igualmente
se alude en él a un presunto juego entre el protagonista
y una mujer que allí se conocen.
En
"Cuello de gatito negro" el juego se va convirtiendo
paulatinamente en otra cosa. Primero, el comportamiento
de la mujer "le había parecido a Lucho un desvío
divertido de la regla", luego "Lucho acepta
el juego pero preguntándose porqué todo eso no era divertido,
porqué no lo sentía juego aunque no podía ser otra cosa,
no había ninguna razón para imaginar que fuera otra
cosa", y finalmente "Lucho comprendió entonces:
el juego no había sido un juego."
Mucho
se ha hablado del doble filo del juego. Como la máscara
nietszcheana, este se propone en determinado momento
como más real que misma la realidad. Baste recordar
a la Lotería de Babilonia de Borges, donde las reglas
del juego habían sustituido a la ley convirtiéndose
en “parte principal de la realidad”, en “un funcionamiento
silencioso comparable al de Dios”.
En todo caso, en
"Cuello de gatito negro" se recalcará explícitamente
esta relación. De hecho, tanto aquí como en "Manuscrito
hallado en un bolsillo" las mismas normas sociales
son tan arbitrarias como las de cualquier juego:
"Cada uno instalado
en su burbuja, alineado entre paréntesis, cuidando la
vigencia del mínimo aire libre entre las rodillas y
codos ajenos, refugiándose en el France-soir o en los
libros de bolsillo aunque casi siempre como Ana, unos
ojos situándose en el hueco entre lo verdaderamente
“mirable”, en esa distancia neutra y estúpida que iba
de mi cara a la del hombre concentrado en el Figaro."
El juego -con sus
reglas tácitas- es jugado por todos los habitantes del
espacio urbano, con sus limitaciones, fobias, rutinas.
En todo caso, este es siempre cíclico y recurrente y
se sabe que cualquier figura repetitiva de sentido es
una figura de muerte. Levi Strauss y otros han tratado
acerca de esta relación entre el juego de la repetición
y la repetición del juego.
Pero
además, en el juego hay otra cosa: “El modo de ser del
juego es la autorrepresentación”, dirá Gadamer. La entrega
del jugador a las tareas del juego hace, además, que
en la autorrepresentación del mismo, logre a la vez
la suya propia. Aquí llegamos a una estructura de cinta
de Moebius: en su juego ficticio, el jugador se presenta
en su ser verdadero.
Lo que motiva la
acción del narrador en el cuento es el juego.
El narrador juega
a que busca. ¿Qué busca el narrador? No busca un objeto
sino que busca la búsqueda en sí misma. O, en todo
caso, la búsqueda de sí mismo en tanto sujeto que busca.
El sujeto de la búsqueda se vuelve, así, su propio objeto.
Sujeto y objeto
se igualan en este juego. Pero además, el sujeto de
la búsqueda se objetiviza igualmente en otro sentido:
al verse convertido en una ficha más sobre el tablero.
Tercero:
el juego siempre implica un riesgo.
La
fascinación que ejerce el juego sobre el jugador estriba
precisamente en el hechizo que ejerce el tentar la suerte.
El narrador del
"Manuscrito hallado en un bolsillo" siente
un "pozo donde la esperanza se enredaba con el
temor en un calambre de arañas a muerte, donde el tiempo
empezaba a latir como un segundo corazón en el pulso
del juego." Por momentos, "empezaba el combate
en el pozo, las arañas en el estómago, la espera con
su péndulo de estación en estación".
El ritual de
la seducción.
"La presencia
de un elemento es siempre una referencia significante
y sustitutiva inscrita en un sistema de diferencias
y el movimiento de una cadena. El juego es siempre un
juego de ausencia y presencia", dirá Derrida (Derrida,
1989) al hacer hincapié en la tensión del juego con
la presencia. El juego es, según señala el filósofo,
el rompimiento mismo de la presencia.
"Vaya a saber
lo que busca esa gente agobiada que sube y baja de los
vagones del metro" se preguntará en narrador del
cuento. ¿Qué buscan las personas -fichas sobre el tablero-
que se desplazan por los túneles del subterráneo? El
narrador no lo sabe. ¿Qué busca el narrador del cuento?"El
encuentro con una felicidad."
"Un vidrio
de ventanilla en el metro podía traerme la respuesta,
el encuentro con una felicidad".
El azar, la coincidencia
lo pone en contacto con el reflejo de Margrit-con la
Ana corpórea:
"Una o dos
veces sus ojos me barrieron distraídamente antes de
perderse en el anuncio del balneario termal que se repetía
en los cuatro ángulos del vagón. Margrit no había vuelto
a mirarme en la ventanilla, pero eso probaba el contacto."
Pero, fatalmente,
el contacto lo pone en relación con la mujer real:
"En el café,
más tarde, ya solamente Ana mientras el reflejo de Margrit
cedía a una realidad de Cinzano y palabras, me dijo
que se llamaba Marie-Claude."
A la dimensión reflejo
y a la dimensión de la mujer imaginaria reflejada se
suma ahora la dimensión de la mujer real -y simbólica,
en tanto atravesada por las palabras y la historia-,
Marie-Claude.
Aun cuando Marie-Claude
se presenta como una realidad a la cual él puede acceder
"la distancia
de mi silla a esa banqueta en que nos hubiéramos besado,
en que mi boca hubiera bebido su primer perfume antes
de llevármela abrazada hasta su casa, subir esa escalera,
desnudarnos por fin de tanta ropa y tanta espera"
y a la cual eventualmente
él hubiera podido "desear como un término, como
de veras la última estación del último metro de la vida",
de pronto se siente otra vez frente a ese pozo. En lugar
de dar término al juego, decide en cambio revelarle
a Marie-Claude "cada detalle del juego, las improbabilidades
confirmadas desde tantas Paulas (desde tantas Ofelias)
perdidas al término de un corredores."
El narrador se confiesa
sabiendo que su confesión dará inevitablemente término
al vínculo con la mujer real. Lejos de intentar dar
un término a su búsqueda, el narrador consolida su distancia
con la realidad. En todo caso, reniega del principio
del placer y lo sustituye por la regla del juego. Así,
demuestra que la orientación de la búsqueda está dada
aquí no tanto por el afán de posesión del otro como
por la misma organización ritual de la búsqueda.
En su libro La transparecia del mal, Jean Baudrillard hablará
de la fantasía de seguir a alguien por la calle, en
secuencias breves y desorganizadas, con la idea de que
la vida de la gente es un recorrido aleatorio, que no
va a ninguna parte y que es, por eso mismo, fascinante.
Allí Baudrillard se refiere concretamente a la obra de la artista
plástica Sophie Calle, Persecusión Veneciana,
S. (como Baudrillard citará a Sophie Calle) da otra
dimensión a esta fantasía cuando decide seguir a un
hombre que apenas conoce a lo largo de un viaje por
Venecia. Una de las premisas fundamentales de la obra
-una de las reglas del juego-, será precisamente que
Calle no espere nada del hombre. Ni siquiera quiere
conocerlo. No debe pasar nada que pueda crear un contacto
o una relación entre ellos. El encuentro, la confrontación
es demasiado directa y, finalmente, las personas que
se encuentran, aunque crean conocerse, nunca lo harán
realmente. El perseguidor no es en este caso el interlocutor
del otro sino su doble, su sombra, su imagen. La propia
persecución se convierte en una doble vida para el perseguido,
que sólo existe porque es mirado por otro. Es la mirada
exterior la que le da su verdadera existencia.
Baudrillard dirá
"No encontrar nunca al otro es la verdadera meta".
La única meta aparente es aquí la de la anulación
del objeto de deseo.
Este mismo autor
también nos dirá respecto de la seducción:
“La seducción nunca es del orden de la naturaleza sino del signo
y del ritual.”
La feminidad se
presenta, de este modo, como un principio de incertidumbre
donde el verdadero juego consiste no en mostrarse sino
en mostrarse en tanto esquivo. Seducir responde a una
estrategia de desplazamiento (se-ducere: llamar aparte,
desviar de su vía).
El juego la seducción
reniega del principio del placer y lo sustituye por
la regla del juego, una regla arbitraria y, en ese sentido,
perversa. La sexualidad es trasmutada en abstracción
ritual y ceremonial., en un estar en juego que requiere
de signos en lugar de requerir un intercambio de deseo.
La mujer no existe.
En la novela de
Cortázar, El exámen, Clara le preguntará a Juan:
-¿Qué hacía?
-¿Quién?
-Abelito en el café.
-No sé. Buscarte,
quizá.
-Ah. Pero me busca
justamente donde no estoy.
-Por eso -dijo Juan-
te busca.
Sí -pensó Clara-
me busca justamente donde no estoy, donde nunca estuve.
Pobre Abelito.
Nuevamente un protagonista
de Cortázar busca a una mujer esperando no encontrarla.
Nos encontramos
frente a una relación imposible entre la figura fantasmática
y la mujer empírica.
Lacan decía:
"Desde un principio,
en la dialéctica del ojo y de la mirada, vemos que no
hay coincidencia alguna, sino un verdadero efecto de
señuelo. Cuando, en el amor, pido una mirada, es algo
intrínsecamente insatisfactorio y siempre falla porque
-Nunca me miras desde donde yo te veo. Y a la inversa,
lo que miro nunca es lo que quiero ver. Dígase lo que
se diga, la relación entre pintor y aficionado es, de
la misma manera un juego, un juego de tromp-lóeil; un
juego para engañar algo." (Lacan, 1991)
Lacan hablaba también
de la mujer en tanto materialización del deseo del hombre.
La mujer, según él, no existiría por sí misma, sino
que sería únicamente un síntoma del hombre.
En estas ficciones
de Cortázar la mujer aparece como un ser inconsistente,
amorfo, vacilante, como el reflejo en el vidrio. La
mujer se constituye como un ser que se desintegraría
-al igual que un síntoma- cuando una interpretación
adecuada le otorga su significado reprimido.
"El cruce de
miradas en las imágenes de ese vidrio donde la oscuridad
del túnel pone su azogue atenuado, su felpa morada y
moviente que da a las caras una vida en otros planos,
les quita esa horrible máscara de tiza de las luces
municipales del vagón y, sobre todo, las hace mirar
de verdad esa otra cara del cristal porque durante el
tiempo instantáneo de la doble mirada no hay censura,
mi reflejo en el vidrio no era el hombre sentado frente
a Ana y Ana no debía mirar de lleno en un vagón de metro,
y además, la que estaba mirando mi reflejo no era Ana
sino Magrit, en el momento en que Ana había desviado
rápidamente los ojos del hombre sentado frente a ella."
Las grandes figuras
de la seducción son la ausencia, la mirada, el reflejo.
Todas ellas figuras de la ilusión. De lo que se trata
aquí es de aquello que prescinde de las palabras, de
aquello que no tiene representación posible.
“La seducción nunca
es lineal, es oblicua” dirá Baudrillard. (Baudrillard,
1985)
La seducción posee
la oblicuidad del sesgo del sueño, que con una sola
diagonal atraviesa el universo psíquico y sus diferentes
niveles para tocar, en las antípodas, un punto ciego
y desconocido, el punto precintado del secreto. Por
eso es que el seductor, lejos de intentar acercarse
a su objeto, va a aplicarse en consolidar una distancia
con el mismo.
Habíamos dicho,
que el narrador juega a que busca no un objeto sino
la búsqueda en sí misma, o en todo caso, la búsqueda
de sí mismo en tanto sujeto que busca.
Así, el narrador
frente a los reflejo de Magrit, Ana, Paula, Ofelia,
se encuentra a sí mismo como sujeto del deseo porque
se encuentra allí mirando su propia mirada.
El tema del vidrio
en la ventana, el reflejo, el espejo, el juego de las
miradas, nos habla a las claras de una duplicación entre
el mundo del cristal y mundo material. El mundo se desdobla.
¿No es acaso el tema del doble el tema del Narciso?
Conclusión
El narrador manifiesta
un persistente desajuste entre la realidad y del deseo,
una distancia irrecuperable entre el objeto y el fantasma.
Recurramos aquí a las categorías real, simbólico, imaginario.
Tenemos presente
la dimensión simbólica, en la noción de juego, de ritual,
de estructura. También en la referencia continua a la
norma social. Los mecanismos trans-subjetivos se caracterizan
por su naturaleza simbólica. En ellos, el significante
será el que lleve la voz cantante.
En "Manuscrito
hallado en un bolsillo" el mecanismo simbólico
del juego, es violento dado que sus reglas tienen como
objetivo acabar directamente con el sistema de lo real.
Todo este teatro
de dramatización del deseo que es, en definitiva, este
cuento tiene como fin escapar a lo real: la actuación
del deseo es aquí exactamente igual a la huída del deseo,
es una maniobra para evitar la confrontación con lo
real del deseo, con la Cosa (Das Ding).
La regla del juego,
se relaciona así con fenómenos tales como el del fetichismo
o el coleccionismo: es mejor conectarse con la fascinación
monótona de la colección (aquí de reflejos o de nombres)
-que es la de la diferencia muerta- que la seducción
de lo otro. Lo otro se presenta como demasiado peligroso.
En el cuento, la
dimensión imaginaria se halla presente básicamente en
el reflejo y la huella.
La dimensión de
lo real estará dada en Marie-Claude, mujer real contrapuesta
a Margrit-Ane (reflejo e imaginario reflejado). Pero
sobre todo estará dada por las arañas. Lo real se muestra
en ese "temor de un calambre de arañas a muerte,
donde el tiempo empezaba a latir como un segundo corazón
en el pulso del juego."
Lo real son las
arañas en el cuerpo. Curioso paralelismo: las arañas
y la tela de arañas en la que se ve convertida, en definitiva,
el subterráneo.
Centrémonos, para
concluir, en el principio: el título del cuento."Manuscrito
hallado en un bolsillo" no puede dejar de remitirnos
al título del cuento de Edgar Allan Poe "Manuscrito
hallado en una botella", sobre todo teniendo en
cuenta que Cortázar fue el traductor oficial de Poe
al idioma español.
"Manuscrito
hallado en una botella" es el texto dejado por
un náufrago y que cuenta cómo él, un viajero de familia
acomodada y que ha pasado muchos años viajando por países
extranjeros, se embarca en 18.. hacia las islas Sunda.
El manuscrito describe la manera en que el barco naufraga
en un terrible huracán y el viajero se ve arrojado hacia
la borda de -curiosamente- un extraño y gigantesco barco
que aparece de la nada. Se trata de un barco fantasma.
El manuscrito queda inconcluso al ser absorbido este
extraño barco por un remolino formado por las aguas.
¿Por qué la referencia
a ese título? Analicemos las similitudes -ambos son
manuscritos y han sido hallados-, y las diferencias
-en una botella y en un bolsillo. De la remisión a una
iconografía marina pasamos a la remisión de una iconografía
urbana.
Detengámonos en
los escenarios: un barco, un subterráneo. Ambos vehículos
de transporte.
En ambos casos se
hará hincapié en las cartografías: el narrador de Cortázar
referirá a ese "esqueleto mondrianesco, en sus
ramas rojas, azules, amarillas y negras, una vasta pero
limitada superficie de subtendidos seudópodos."
El narrador de Poe hará repetidas referencias a "antiguas
cartas de navegación", "obsoletos mapas largamente
olvidados", "mapas de Mercator donde el océano
se representa como surgiendo de cuatro bocas y absorbido
por las entrañas de la tierra.
El protagonista
del cuento de Poe viaja sin rumbo preciso: Java, las
islas Sunda, muchos años de viajes por países extraños.
El protagonista del cuento de Cortázar deja que el azar
decida los itinerarios de sus recorridos por el subte.
El protagonista
del cuento de Poe interroga: "¿Serán semejantes
sucesos el resultado de un ingobernable azar?"
El protagonista
del cuento de Cortázar no llega a un término: él hubiera
podido desear a Marie-Claude "como un término,
como de veras la última estación del último metro de
la vida". Él hubiera deseado que "un vidrio
de ventanilla en el metro podía traerme la respuesta,
el encuentro con una felicidad". Pero eso no pasa.
El protagonista
del cuento de Poe sí llega a un término: su barco se
pierde en el interior del remolino de las aguas.
Repetidamente, los
críticos de Cortázar han visto cómo en su obra la madre
actúa como objeto de deseo. La consumación de la unión
erótica con la madre estaría refiriendo a un retorno
al vientre materno. Recordemos aquí cuento como "Historias
que me cuento" o como "Deshoras".
En "Deshoras",
el narrador cuenta imaginarios encuentros eróticos con
Sara, la hermana mayor, prácticamente la madre de un
compañero de de su infancia:
"Cómo seguir
ya, cómo empezar desde esa noche una vida con Sara cuando
ahí al lado se oía la voz de Felisa que entraba con
los chicos y venía a decirme que la cena estaba pronta…y
los chicos quería ver al Pato Donald en la televisión
de las diez y veinte."
Aquí, igual que
en "Manuscrito hallado en un bolsillo", observamos
cómo la realidad invade y destruye a la dimensión imaginaria:
Felisa -la esposa del narrador- es la mujer real, al
igual que lo es Marie-Claude. Felisa/Marie-Claude ahogan,
diluyen a Margrit-Ana/ Sara. Podría decirse también
que estas mujeres reales son las que impiden que los
narradores sean absorbidos por el vientre materno.
Contrariamente a
lo que sucede en el cuento de Poe, donde nadie rescata
al protagonista, que se hunde indefectiblemente, girando
"en inmensos torbellinos concéntricos, en el gigantesco
anfiteatro de esas paredes, perdido en la oscuridad
y la distancia".
BIBLIOGRAFÍA:
Cortázar, Cuentos
completos, tII, Buenos Aires, Alfaguara, 1998
Gadamer, Hans George,
Verdad y método, Salamanca, Sígueme, 1984.
Derrida, Jacques,
La escritura y la diferencia, Barcelona, Anthropos,
1989.
Baudrillard, Jean,
De la seducción, Madrid, Cátedra, 1987.
Lacan, Jacques,
Cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
Buenos Aires, Paidós, 1991.
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